Un retrato juguetón filmado en un quiosco de París. La prensa está en crisis y el juego con la peculiar clientela será menos divertido de lo esperado.
Después de darse cuenta de que sus años en la escuela de arte no le ayudarán a encontrar trabajo, la cineasta Alexandra Pianelli acepta ayudar a su madre en el negocio familiar de toda la vida: un pequeño quiosco, situado en la frenética Plaza Victor Hugo, una zona acomodada de París. Alexandra coloca su cámara —mejor dicho, su teléfono— y se sitúa detrás la caja para atender los clientes. El quiosco es un microcosmo de dos metros de anchura que puede producir claustrofobia y, al mismo tiempo, puede ser un reflejo del universo.
Observamos desfilar una sorprendente constelación de personajes que acaban construyendo una entrañable comunidad humana. Una historia cautivadora, llena de humor y calidez, que nos recuerda la importancia de las relaciones personales. En un momento histórico marcado por el individualismo, la soledad y la desconfianza, resulta liberador recordar el placer de charlar con desconocidos y dejar que la vida nos sorprenda.